EL PRIMER PASO HACIA
LA COGNICIÓN
Por: Ouspensky
La cosa más difícil
es saber lo que sabemos y lo que no sabemos.
Por tanto, si
deseamos saber algo, debemos primero que todo establecer qué aceptamos como datos,
y qué consideramos que exige definición y prueba, o sea, debemos determinar qué
sabemos ya, y qué deseamos saber.
En relación con
nuestra cognición del mundo y de nosotros mismos, las condiciones serían
ideales si fuera posible no aceptar nada como datos y considerar que todo exige
definición y prueba.
En otras palabras,
sería mejor suponer que no sabemos nada, y tomar esto como nuestro punto de
partida.
Por desgracia, sin
embargo, es imposible crear tales condiciones.
Algo ha de tenerse
como base, algo debe aceptarse como conocido; de lo contrario, estaremos
constantemente obligados a definir una incógnita por medio de otra.
Por otro lado,
debemos cuidarnos de aceptar como conocidas — como datos— cosas que en
realidad, son completamente desconocidas y meramente presupuestas: los que se
buscan.
Esta perfectamente
claro que es imposible aceptar la cosa buscada como la cosa conocida; y que no
podemos definir una incógnita por medio de otra incógnita.
La materia es aquello en lo que tienen lugar los cambios llamados
movimiento: y el movimiento son aquellos cambios que tienen lugar en la
materia.
Sabemos que, desde el
primer paso mismo hacia la cognición, un hombre es sorprendido por dos hechos
evidentes:
La existencia del mundo en que vive; y la existencia de la consciencia en él mismo.
No podrá probar ni
refutar una ni otra, pero ambas son hechos para él, son realidad.
Uno puede especular
acerca de la relación mutua de estos dos hechos.
Uno puede intentar
reducirlos a uno solo, o sea, a considerar al mundo psicológico o interior como
una parte, o una función, o un reflejo del mundo externo, o contemplar al mundo
externo como una parte, o una función, o un reflejo del mundo interno.
Pero esto
significaría una digresión de los hechos, y todos esos conceptos no serían
evidentes para una visión corriente, no especulativa, del mundo y de uno mismo.
Por el contrario, el
único hecho que sigue siendo evidente
de por sí es la antítesis
de nuestra vida interior y del mundo externo.
Volveremos más tarde
a esta proposición fundamental.
Pero entretanto, no
tenemos motivos para argumentar contra el hecho evidente de nuestra propia
existencia — o sea, la existencia de nuestra vida interior— y la existencia del
mundo externo en que vivimos.
En consecuencia, esto
debemos aceptarlo como datos.
Pero esto es todo lo
que tenemos derecho a aceptar como datos.
Todo el resto exige prueba
de su existencia y definición sobre la base de estos dos datos que ya poseemos.
El resultado directo
de estos dos datos fundamentales — la existencia en nosotros de una vida
psicológica, o sea, sensaciones, representaciones, conceptos, pensamientos,
sentimientos, deseos, etc., y la existencia del mundo fuera de nosotros— es una
división de todo lo que conocemos en subjetivo
y objetivo, una división
perfectamente clara para nuestra percepción ordinaria.
A todo lo que
consideramos propiedades del mundo lo llamamos objetivo, y a todo lo que
consideramos propiedades de nuestra vida interior, lo llamamos subjetivo.
Al mundo subjetivo lo
percibimos directamente: está
en nosotros; somos uno solo con él.
Al mundo objetivo nos
lo representamos como existiendo fuera de nosotros, por así decirlo aparte de
nosotros, y lo consideramos exacta o aproximadamente tal como lo vemos.
Nosotros y él somos
cosas diferentes.
Nos parece que si
cerramos los ojos, el mundo objetivo continuará existiendo, tal como lo vemos,
y que, si fuera a desaparecer nuestra vida interior, nuestro mundo subjetivo,
el mundo objetivo seguiría existiendo como existía cuando nosotros, con nuestro
mundo subjetivo, no estábamos allí.
Nuestra relación con
el mundo objetivo es definida muy claramente por el hecho de que lo percibimos
como existiendo en el tiempo y en el
espacio y no podemos percibirlo o representárnoslo aparte de estas
condiciones.
Habitualmente,
decimos que el mundo objetivo consiste en cosas y fenómenos, o sea, en cosas y
cambios en el estado de las cosas.
Un fenómeno existe
para nosotros en el tiempo, una cosa existe en el espacio.
Pero tal división del
mundo en subjetivo y objetivo no nos satisface.
Por medio del
razonamiento podemos establecer que, en realidad, sólo conocemos nuestras
sensaciones, representaciones y conceptos, y que percibimos el mundo objetivo
proyectando fuera de nosotros las presumidas causas de nuestras sensaciones.
Además, hallamos que
nuestra cognición del mundo subjetivo y del objetivo puede ser verdadera o falsa, correcta o
incorrecta.
El criterio para
determinar lo correcto o incorrecto de nuestra cognición del mundo subjetivo es
la forma de la relación de una sensación con las otras, y la fuerza y el carácter de la sensación
misma.
En otras palabras, lo
correcto de una sensación es verificada comparándola con otra de la que estamos
más seguros, o mediante la intensidad y el
gusto de una sensación dada.
El criterio para
determinar lo correcto o incorrecto de nuestra cognición del mundo objetivo es
exactamente el mismo.
Nos parece que
definimos las cosas y los fenómenos del mundo objetivo por medio de comparación
de uno con otro; e imaginamos que descubrimos las leyes de su existencia aparte de nosotros y de nuestra
cognición de ellas.
Pero esto es una
ilusión.
Nada sabemos de las
cosas separadamente de nosotros; y no tenemos medios para verificar lo correcto
o incorrecto de nuestra cognición del mundo objetivo aparte de las sensaciones.
Desde la más remota
antigüedad, la cuestión de nuestra relación con las causas verdaderas de
nuestras sensaciones ha sido el tema principal de la investigación filosófica.
Los hombres pensaron
siempre que debían hallar alguna solución a esta cuestión, alguna respuesta a
ella.
KANT estableció que nuestras
sensaciones deben tener causas en el mundo externo, pero que somos incapaces, y
nunca seremos capaces, de percibir estas causas por medios sensoriales, o sea,
por los medios que nos sirven para percibir los fenómenos.
KANT estableció el
hecho de que todo lo que los sentidos perciben es percibido en el tiempo y el
espacio, y que fuera del tiempo y del espacio nada podemos percibir a través de
los sentidos, que tiempo y espacio son las condiciones necesarias de la
percepción sensorial (o sea, la percepción por medio de los órganos de los
sentidos).
Y, sobre todo, KANT, estableció el hecho de que la extensión en el
espacio y la existencia en el tiempo no son propiedades de las cosas — Inherentes a ellas — sino meramente
propiedades de nuestra percepción sensorial.
Esto significa que,
en realidad, aparte de nuestra percepción sensorial de ellas, las cosas existen
independientemente del tiempo y del espacio; pero nunca podemos SENTIRLAS fuera
del tiempo y del espacio, y el hecho mismo de percibir las cosas y los
fenómenos a través de los sentidos LES IMPONE
las condiciones del tiempo y del espacio, PUESTO QUE ÉSTA ES NUESTRA FORMA DE REPRESENTACIÓN.
Así, DETERMINANDO
TODO lo que conocemos a través de nuestros sentidos en términos de espacio y
tiempo, ellos mismos son sólo formas de nuestra percepción, categorías de
nuestra razón, el prisma a través del cual miramos al mundo.
En otras palabras, espacio
y tiempo no son propiedades del mundo, sino meramente propiedades de nuestra
percepción del mundo por medio de los órganos de los sentidos.
Consiguientemente, el
mundo, considerado aparte de nuestra percepción de él, no tiene extensión en el
espacio ni existencia en el tiempo.
Somos nosotros lo que
lo investimos con estas propiedades cuando lo sentimos y percibimos.
Las representaciones
del espacio y del tiempo surgen en nuestra mente en su contacto con el mundo externo a través de los
órganos de los sentidos, y no existen en el mundo externo aparte de nuestro contacto
con él.
Espacio y tiempo son
categorías de nuestra razón, o sea,
propiedades que atribuimos al
mundo externo. Sólo son carteles, hitos, erigidos por nosotros, pues sin ellos
no podemos visualizar al mundo externo. Son gráficos por medio de los cuales nos representamos al mundo.
Proyectando fuera de
nosotros las causas de nuestras sensaciones, construimos estas causas en el
espacio, y visualizamos la realidad continua en la forma de una serie de
momentos consecutivos del tiempo.
Ouspensky