EL AHORA ETERNO DE LA
FILOSOFÍA HINDÚ
En uno de sus libros,
Wundt llama la atención sobre el hecho de que nuestros blasonados cinco órganos
de los sentidos son meramente tentáculos por medio de los cuales tocamos el
mundo alrededor de nosotros.
Vivimos por el
"tacto": a tientas.
Jamás vemos nada.
Siempre andamos a
tientas en procura de todo.
Con la ayuda del
telescopio, del telégrafo, del teléfono, tal vez alargamos nuestros tentáculos,
por decirlo así, pero no empezamos a ver.
Decir que vemos sería posible sólo si conociéramos el pasado y
el presente.
Pero no vemos y, en
consecuencia, nunca podremos convencernos de la existencia de lo que no podemos
sentir.
Aquí tenemos la razón
de por qué consideramos como realmente existente sólo el círculo que nuestros
tentáculos pueden asir en un momento dado.
Más allá de este
círculo hay solamente oscuridad e inexistencia.
Pero, ¿tenemos
derecho a pensar de este modo?
'Imagínese una
consciencia que no esté limitada por las condiciones de la percepción de los
sentidos.
Tal consciencia puede
elevarse por encima del plano en el que nos movemos; puede ver mucho más allá
de los límites del círculo iluminado por nuestra consciencia ordinaria; puede
ver que no sólo existe la línea a lo largo de la cual nos movemos, sino
también todas las otras líneas perpendiculares a ella que ahora cruzamos, o
hemos cruzado antes, o cruzaremos más tarde.
Elevándose por encima
del plano esta consciencia podrá ver el plano, asegurarse de que es realmente
un plano y no solamente una línea.
Entonces, podrá ver
el pasado y el futuro que están juntos y existen simultáneamente.
La consciencia que no
está limitada por las condiciones de la percepción de los sentidos puede
adelantarse a un viajero, escalar una colina, y ver desde la distancia la
ciudad hacia la cual aquél se dirige.
Podrá convencerse de
que esta ciudad no está siendo construida de nuevo para cuando aquél llegue,
sino que ya existe por si misma, muy independientemente de él.
Podrá mirar hacia
atrás y ver en el horizonte las torres de la ciudad que el viajero abandonó, y
convencerse de que las torres no se derrumbaron, que la ciudad continúa en pie
y viva como lo estaba y vivía antes de la llegada del viajero.
Tal consciencia puede
elevarse por encima del plano del tiempo y ver la primavera detrás y el otoño
delante, ver simultáneamente las flores que se desarrollan y el fruto que
madura.
Puede curar al ciego
de su ceguera y hacerle ver el camino que recorrió y el que tiene delante.
El pasado y el futuro
no pueden ser inexistentes, pues, si no existen, tampoco existe el presente.
Deben existir juntos
en algún sitio, sólo que no los vemos.
El presente, como
opuesto al pasado y al futuro, es la más irreal de todas las irrealidades.
Debemos admitir que
el pasado, el presente y el futuro no difieren entre sí de modo alguno, que la
única cosa que existe es el presente: el “Ahora Eterno” de la
filosofía Hindú.
Pero no lo vemos,
porque en cualquier momento dado sólo estamos conscientes de un pequeño
fragmento de este presente; este fragmento lo consideramos como realmente
existente, y negamos existencia real a todo lo demás.
Una vez que aceptemos
esto, nuestra visión concerniente a todo lo que nos rodea deberá experimentar
un gran cambio.
Habitualmente, consideramos
al tiempo como una abstracción hecha por nosotros cuando observamos el
movimiento existente; es decir, creemos que al observar el movimiento o los
cambios en las relaciones entre las cosas, y comparar las relaciones que
existían antes, que existen ahora y que pueden existir en el futuro,
desarrollamos la idea del tiempo.
Ouspensky

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